Así como en el
siglo XIX Julio Verne fue una especie de cronista de la ciencia, un escritor
que supo captar la coyuntura de su tiempo y documentarse exhaustivamente antes
de trazar cada una de sus ficciones, George Orwell, en el siglo XX, asimiló la
experiencia de lo que fue el stalinismo en la Unión Soviética, el fascismo en
Italia y el nazismo en Alemania para extrapolar en su novela muchas de las
prácticas que estos sistemas totalitarios implementaron en sus respectivos
países. En el caso de Verne, las mayorías de sus ficciones se han cumplido y en
ese hecho reside el éxito y la vigencia de las mismas. La realidad las
respaldan, las legitiman y se constituye en su correlato fiel. El viaje a la
luna es posible, los submarinos se han transformado en una maquinaria de guerra
sofisticada y la vuelta al mundo puede darse en mucho menos de ochenta días. No
ocurre esto con la novela de Orwell. El stalinismo, el fascismo y el nazismo
son sistemas políticos perimidos. Por lo tanto, la ficción de 1984, basada en dichos sistemas, no goza
del estatus de las de Verne porque no resultó ser el reflejo de la realidad.
Sin embargo, tal como sostiene Gamerro, éste es el triunfo de la novela. Se
puede pensar que Verne escribía con la intención y el deseo de que sus
ficciones se proyectaran en la realidad. Del mismo modo, podemos razonar que
Orwell lo hacía buscando el fin contrario.
Durante la primera década del siglo
XXI ha sido el cine el encargado de inquietarnos con sus ficciones
anticipatorias de un mundo para nada agradable. Antes de la llegada del año
2000 existía el temor sobre el posible final de la humanidad una vez concluido
el segundo milenio. El peligro de un holocausto nuclear estuvo latente hasta el
fin de la guerra fría, cuando cayó la Unión Soviética. Hay una extraordinaria
película de Sidney Lumet de 1964 llamada Fail-Safe
que habla sobre esta posibilidad de una manera muy inquietante. Sin embargo el
2000 llegó y los temores sobre el fin de la humanidad se disiparon rápidamente,
aunque no por mucho tiempo. El cine industrial retomó el tema y produjo grandes
mainstreams destinados a revivir los miedos que creíamos superados y a recaudar
suculentas sumas. En algunos casos fue necesario establecer una fecha que
marcara un nuevo fin del mundo. Dicha fecha es ahora el 2012, título también de
la película que rescata una antigua profecía maya que sitúa el final de los tiempos
en dicho año por causas atribuías al calentamiento global. El día después de mañana (The day after tomorrow, 2004), Cuenta regresiva (Knowing, 2009), La carretera (The road, 2009), El libro de los secretos (The book of Eli,
2010) son algunos títulos que, desde distintas perspectivas, insisten con esta
temática apocalíptica.
Pero volvamos a la novela de Orwell.
¿Qué es lo que tiene de inquietante esta ficción? Repasemos algunos de sus
elementos.
El mundo está conformado por tres
superestados que viven en permanente guerra: Oceanía, Eurasia y Estasia. La
acción de la novela se desarrolla en el primero de ellos. Luego de un
movimiento revolucionario se instaura en Oceanía una nueva sociedad comandada
por el Hermano Grande, figura única y todopoderosa. Los logros políticos son
producto de su inspiración y dirección. Nadie lo ha visto nunca. Su figura
aparece en los carteles y su voz se escucha en las telepantallas que todos los
ciudadanos tienen instaladas en sus viviendas. Le siguen en jerarquía los miembros
del consejo, una entidad formada por la clase dirigente que goza de todos los
privilegios. Luego están los miembros del Partido y por último, los plebeyos
una masa de ciudadanos que llega al 85 por ciento del total de la población y
que no tienen expresión ni son admitidos en las filas del Partido. Esta es la
única capa social capaz de derribar al Partido, aunque para ello es necesario
que todos sus integrantes tomen conciencia de su potencial.
La lengua oficial de este
superestado es el neohabla, una
herramienta concebida para limitar el pensamiento de las personas. Los vocablos
que estén reñidos con el dogma partidario se eliminan y las ambigüedades y la
variación de acepciones se limitan.
La manipulación del pasado es una práctica establecida. El pasado es a
la vez alterable e inalterable y la verdad de hoy es la verdad de siempre. Si
hay que modificar el registro histórico para adecuarlo a la realidad, existe un
ministerio dedicado a esta tarea: el Ministerio de la Verdad, cuya función es
la manipulación y destrucción de los documentos históricos para que las
evidencias del pasado coincidan con la versión oficial sostenida por el Partido.
Los medios de comunicación también contribuyen en esta tarea modificando el
registro de los discursos del Hermano Grande en el caso de que sus predicciones
resulten fallidas. La telepantalla muestra una realidad social muy diferente a
la que se vive. Las estadísticas que difunden hablan de un bienestar
inexistente.
El odio hacia los enemigos del Partido se promueve, se difunde
inclusive en los más pequeños quienes son capaces de delatar a sus padres si
estos constituyen un peligro que pone en riesgo el status quo. Pero el mayor esfuerzo del estado se enfoca en combatir
la figura de Goldstein, jefe supremo de una red de conspiradores llamada La
Hermandad, que opera en forma clandestina para derrocar al gobierno. Es también
el autor de un supuesto libro que circula secretamente y que constituye una
especie de credo de esta organización secreta.
El individualismo se niega. Cualquiera que buscase un momento
introspectivo o se apartara de la comunidad en busca de soledad, es considerado
sospechoso. El placer sexual se suprime. La Liga Juvenil Antisexual promueve el
celibato entre hombres y mujeres. La castidad femenina es una virtud. Las
mujeres célibes llevan una insignia que las identifican como castas. El
erotismo es el principal enemigo tanto dentro del matrimonio como fuera de él.
Oficialmente, la finalidad de la sociedad conyugal es la procrear hijos que
sirvieran al Partido y el mero contacto sexual entre los esposos, sin que
existiera la finalidad de la procreación, está provisto de un carácter
repulsivo. No obstante esto, la prostitución estaba tácitamente aprobada por
las autoridades, puesto que constituye una válvula de escape para ciertos
instintos imposibles de eliminar de un modo absoluto.
Los libros editados antes de la revolución eran requisados y
destruidos. El único material de lectura que circulaba eran novelas producidas
en el Departamento de la Fantasía del Ministerio de la Verdad, especies de
mercancías que se fabricaban como cualquier artículo de consumo. Las letras de las canciones se componían con un
aparato llamado versificador sin que en el proceso intervinieran las manos ni
la imaginación de las personas.
Los principales métodos de vigilancia y control eran los micrófonos y
las telepantallas ubicados tanto en los lugares públicos como privados. A
través de esta última, el gobierno transmitía sus mensajes y a la vez
registraba la imagen y la voz de las personas aun cuando éstas estaban
recluidas en su intimidad. Las mujeres afiliadas al Partido oficiaban de espías
y delataban cualquier actitud que se desviara de la estricta ortodoxia
gubernamental. Los helicópteros sobrevolaban la ciudad escrutando el interior
de las viviendas a través de las ventanas. La Policía del Pensamiento vigila
estrictamente a cada uno de los ciudadanos.
El pasado oficial, es decir, el que establecía el Partido como única
verdad era irrefutable no solo porque los registros escritos se actualizaban
constantemente para adecuarlos al status
quo imperante, sino también porque los ciudadanos tenían escasos recuerdos
de los tiempos prerrevolucionarios. Winston, el protagonista principal, no
podía recordar el aspecto de Londres durante su infancia y el anciano con el
que se reúne en una taberna no puede recordar como era la vida antes de la
revolución. Solo podía evocar cosas intrascendentes, pero de lo esencial, nada.
Por lo tanto, al no haber términos de comparación había que admitir como cierto
lo que el Partido decía: que la revolución había mejorado la calidad de vida.
En este contexto, dos de los protagonistas principales de la historia,
Winston y Julia, se encuentran clandestinamente en un cuarto alquilado sobre
una tienda en las afueras de Londres. Ambos son empleados en el Ministerio de
la Verdad y afiliados al Partido. Ella trabaja en el Departamento de la
Fantasía manipulando una máquina que fabrica novelas. El se dedica a corregir
los registros escritos para que el pasado esté adecuado a los lineamientos
establecidos por el gobierno. Ambos se sienten sofocados por la situación en la
que viven y esos encuentros les proporcionan una especie de oasis de libertad
en el que pueden hablar y expresarse sin temer a los micrófonos ocultos y a las
telepantallas.
Winston y Julia se oponen al modo de vida surgido tras la revolución,
pero carecen de las ideas y de los medios para encarar una lucha efectiva
contra un estado de cosas que los anula y sojuzga. No saben de qué manera
llegar a La Hermandad y tampoco tienen la certeza de que esa organización
existe. Julia es una falsa militante, una simuladora que aparenta apoyar al
régimen por conveniencia. En realidad, ni siquiera conoce la doctrina contra la
cual el gobierno está luchando y apenas tiene una vaga idea acerca de
Goldstein. Su conciencia fue modelada por la revolución, por lo tanto, para
ella el Partido es una entidad invencible contra la que es inútil luchar. Una
contrarrevolución es inviable. Solo es posible la desobediencia clandestina y
la ejecución de algunos hechos aislados de violencia en perjuicio del orden
imperante. El futuro es una quimera y solo es válido vivir y gozar del
presente. Como a su entender no existe posibilidad de éxito para una rebelión,
su postura es individualista, apolítica y escéptica. Winston, en cambio, si
bien considera que es imposible cambiar el estado de cosas en lo que les resta
de vida, cree en la posibilidad de organizar una resistencia capaz de operar
efectivamente a futuro. La superación de la situación actual es posible a largo
plazo, abonándole el terreno a las futuras generaciones para que lleven a cabo
el triunfo total sobre la revolución.
Pero sin lugar a dudas la zona más inquietante del texto es aquella en
donde descubierta la relación clandestina entre Winston y Julia, ambos son
detenidos y confinados al Ministerio del Amor (institución que se ocupa del
orden y de la legalidad), para someterlos a un proceso de reeducación que hará
de ellos a dos nuevas personas. Este proceso consta de tres etapas. En la
primera de ellas, los detenidos deben aprender que la realidad solo existe en
el entendimiento colectivo de lo hombres, no en el de los individuos aislados.
La realidad solo puede comprenderse a través de los ojos del Partido y para
lograr eso es necesario que los individuos realicen un acto de vasallaje, de
autosupresión y un esfuerzo de voluntad. Ese el precio que cada uno debe pagar
para obtener la “lucidez”. A través del entendimiento individual 2 + 2 es 4. A
través del entendimiento colectivo puede ser 3 o 5. El mundo existe a partir de
la existencia del hombre. Antes de la aparición del hombre no existía el mundo
y si en el futuro la raza humana desaparece de la faz de la tierra, con ella
sucumbirá también el mundo. Los fósiles de los animales extinguidos que
habitaron la tierra antes de la aparición del hombre, son una invención de los
hombres de ciencia del siglo XIX. La realidad no es, pues, algo objetivo y
carece de existencia corpórea.
La tortura tiene como finalidad generar hombres nuevos. Para lograr eso
no bastará con que el detenido confiese sus delitos. El objetivo final es su
transformación ideológica. El arrepentimiento del detenido debe darse no por
temor al tormento, sino como un acto de contrición sincera. La tortura no debe crear
mártires como en la época de la inquisición, sino hombres nuevos, adeptos
incondicionales al régimen no solo en apariencia, sino también en cuerpo y
alma.
En la segunda etapa los detenidos deben comprender que el nuevo mundo
que pretende construir el Partido es un mundo basado en el sufrimiento. El que
detenta el poder será capaz de causar en el otro dolor y humillación para
anular su entendimiento y volver a reconstruirlo de acuerdo a los preceptos del
Partido. El nuevo mundo será un mundo de temores, en el cual los tormentos se
irán perfeccionando hasta evolucionar hacia formas más perfectas de
sojuzgamiento. Las sociedades basadas en la justicia y en la fraternidad serán
destruidas y reemplazadas por otra fundada en el odio. No habrá vínculos entre padres
e hijos, entre cónyuges o entre amigos. No habrá amor y fidelidad entre los
hombres, salvo hacia el Partido y hacia el Hermano Grande. Por lo tanto el
nuevo mundo será un mundo basado en el sufrimiento como manera de subordinar la
voluntad del otro y de destruir su entendimiento individual para sumarlo al
colectivo.
Finalmente el detenido debe aceptar que la realidad debe enmarcarse
dentro del entendimiento colectivo del hombre. La cuestión es capitular,
rendirse ante el hecho de que es imposible luchar contra el Partido. El pasado
es a la vez modificable e inmodificable. El propio Winston, que creía que algún
tipo de salida era posible, termina rendido ante la verdad oficial, y aunque
persisten en su memoria algunos indicios que contradicen aquella verdad,
concluye que son meros equívocos, aberraciones mentales incapaces de refutar la
realidad incuestionable del Partido.
MDF