sábado, 3 de febrero de 2018

LIBROS: Sunset Park, de Paul Auster, Anagrama, 2010

Año 2008. Es la época de la crisis económica en la que miles de personas no pudieron pagar sus hipotecas y fueron despojadas de sus viviendas. En este contexto, Miles Heller, un ex universitario, ventiocho años, trabaja para una empresa que se dedica a vaciar las casas de los desahuciados que la crisis empujó a la calle. Es un joven sin ambiciones, sin un futuro trazado, que abandonó a sus padres luego de dejarles una breve nota y se marchó de Nueva York. Ahora reside en Florida y se mantiene con lo mínimo. Su cámara de fotos, con la que retrata “los objetos, las pertenencias olvidadas, las cosas abandonadas” que encuentra en las propiedades vacías, y sus libros, son sus bienes más preciados. Un día, azarosamente, conoce a Pilar Sánchez, una adolescente de dieciséis años con quien inicia una relación. En la joven, Miles proyecta aquellas ambiciones que una vez dejó de lado y se hace cargo de todas las aspiraciones de la chica: la ayuda a conseguir una buena beca en la universidad, tiene absoluta confianza en ella y cree en su capacidad para la medicina. Todo se trunca cuando Ángela, la hermana mayor de Pilar, comienza a extorsionar a Miles. El sabe que esa relación con una menor lo puede llevar a la cárcel. Entonces decide dejar Florida y no regresar hasta que Pilar cumpla la mayoría de edad. Bing Nathan, un viejo amigo suyo, le ha escrito y lo ha invitado a convivir junto con un grupo de ocupas en una casa abandonada ubicada en Sunset Park, un modesto barrio de Brooklyn. Miles regresa, así, no solo a un espacio geográfico (Nueva York), sino también a su pasado: el que abarca tanto a su familia como a sus amigos. Esta es la idea que subyace en el entramado de Sunset Park, la última novela de Paul Auster.
             Quienes siguen las historias de Auster, seguramente guardan en su imaginario un mundo reconocible conformado por diversos elementos que le dan forma a una poética que se ha transformado en una marca indeleble asociada a este autor.  Sunset Park no es la excepción a esta regla. Bien podría pensarse que un autor que sigue un determinado patrón a lo largo de toda su obra, a lo sumo con ligeras variaciones, está condenado a agotarse rápidamente. No es éste el caso de Paul Auster, quien, con esta novela, confirma su capacidad para construir tramas impregnadas de un imaginario reconocible: la incursión del azar, personajes que rompen con todo para sumergirse en una vida errante, el viaje como forma de escape y, a la vez, como vehículo que conduce al personaje a un descubrimiento de si mismo, utilización de tramas cruzadas y de estructuras no lineales cuyos componentes se van encastrando con el desarrollo de la historia, multiplicidad de puntos de vista, etc.
            En la revista Ñ del 30 de Abril, dice Joyce Carol Oates refiriéndose a esta novela: “comedia melancólica de idealistas ingenuos y poco prácticos que son derrotados por la obstinada realidad del Estados Unidos contemporáneo en su decadencia económica, política y social” (p. 6). En efecto, Miles Heller, protagonista central, es un joven que carece de ambiciones y vive estancado en un presente sin visión de futuro. Acosado por la culpa de la muerte accidental de su hermanastro, abandona Nueva York luego de escuchar a escondidas como su padre y su madrastra Willa discutían sobre él en duros términos. Ese fue el comienzo del autoexilio, el inicio de un viaje que será de ida y de vuelta.
             Miles se establece en Florida durante siete años y medio, allí se mantiene con pequeños trabajos y conoce a Pilar Sánchez, una muchacha de quien se enamora. Aquí aparece el azar como modo de unir los destinos de los diferentes personajes, un procedimiento habitual que Auster utiliza asiduamente en la construcción de sus tramas: “Ella sentada en el césped, leyendo un libro, y él también sobre la hierba con otro libro en la mano, que por casualidad era el mismo que ella tenía. El gran Gatsby, que él leía por tercera vez desde que su padre se lo regaló al cumplir los dieciséis años”, que también por casualidad es la misma edad que tiene Pilar. La relación hace que Miles salga del pequeño mundo en el que vive aislado para involucrase en el destino de la chica. Pero ese vínculo peligroso que establece con ella y que incluye el contacto sexual, es utilizado por Ángela, la hermana mayor de Pilar, para sacar ventaja de ello. Acosado por su extorsión, a Miles no le queda otro camino que emprender el regreso a Nueva York para esperar la mayoría de edad de Pilar. Bing Nathan, un amigo suyo con el que siguió manteniendo un contacto epistolar, le habla de la casa en Sunset Park: “Bing le informa que ahora vive en una zona de Brooklyn llamada Sunset Park. A mediados de agosto, ocupó con un grupo de gente una casa abandonada frente al cementerio de Green-Wood y desde entonces viven allí como inquilinos ilegales”.  Lo invita a ocupar una de las habitaciones de la casa y Miles ve en esa oportunidad una posibilidad de retorno a un mundo del que alguna vez formó parte.  La novela regresa al escenario neoyorquino y allí se transforma en un atractivo retrato grupal, en donde los diferentes personajes cargan, al igual que el protagonista, con el lastre de su pasado, la inestabilidad de su presente y la incertidumbre de su futuro.
            Conoceremos al mencionado Bing Nathan con su eterno descontento y su posición irreductible en contra del sistema establecido. Descree de la política y no canaliza su inconformismo a través de acciones directas. Para Bing, Estados Unidos de América “está agotado, el país ya no es una propuesta factible”. A su entender la noción de progreso es nociva, pues solo ha promovido en la sociedad la cultura del usar y tirar, alimentada por el ansia de rentabilidad de las empresas. Por lo tanto, rehúye de los avances tecnológicos (celulares, computadores, televisores) y se sumerge en su propio presente acaparado por el espíritu del pasado. Montó su propio negocio al que llamó El Hospital de los Objetos Rotos, en donde repara objetos destinados a desaparecer: máquinas de escribir manuales, juguetes a cuerda, relojes mecánicos, etc.
            Alice Bergstrom, una de las tantas víctimas de la crisis económica, perdió su departamento e, imposibilitada para pagar un alquiler, decide sumarse al grupo de ocupas. Odia a su cuerpo porque supone que esos kilos de más que lleva son los causantes de la indiferencia de su novio Jake. Está escribiendo una tesis de doctorado cuyo tema es la cultura estadounidense en los años posteriores a la segunda guerra mundial. Para ella analiza textos y películas relevantes de esa época, una de las cuales es Los mejores años de nuestra vida, un film de William Wyler. Abandonó su puesto de docente en la Universidad de Queens para poder dedicarle más horas a su tesis y tomó un trabajo de medio tiempo en el PEN American Center. Allí se involucra en una campaña para liberar al escritor chino disidente Liu Xiaobo. El grupo de ocupas se completa con Ellen Brice, una aspirante a artista que trabaja en una inmobiliaria de Brooklyn. Está intentando superar una crisis depresiva ocasionada por un aborto que se practicó unos años antes. Los cursos de pintura que toma en la escuela de bellas artes han cambiado su perspectiva y por primera vez, luego de mucho tiempo, ve la posibilidad de un futuro para ella.
            Dentro del ámbito familiar de Miles conoceremos a Morris Heller, su padre, dueño de una editorial, la Heller Books, en la que solo publica “libros valiosos”. El sello parece destinado al fracaso. La crisis provocó que la cantidad de títulos que se publican por año disminuyan, y el principal objetivo de Morris es manejar la situación financiera de la editorial sin necesidad de despedir a los empleados. Como consecuencia de haberle sido infiel a su segunda esposa y madrastra de Miles, Willa, ella parte hacia Inglaterra, sumando así un nuevo abandono: el de su primera esposa, el de su hijo y ahora el de Willa. Morris, a lo largo de todo el texto, permanece con la íntima esperanza de que su hijo regrese y se reconcilie con él.
El otro personaje clave del entorno familiar de Miles es su madre Mary-Lee Swann, una actriz abocada al ensayo de una obra de teatro de Samuel Beckett, Los días felices. Abandonó a Morris a los seis meses de haber nacido Miles y se divorció de él para casarse nuevamente.
 La aventura casi romántica de los cuatro ocupas termina abruptamente. Luego de haber ignorado las sucesivas órdenes de desalojo, son empujados con violencia hacia la calle por la policía. Miles pierde el control de si mismo y golpea a uno de los agentes, indignado por el trato que éste le había dado a Ellen y Alice. Huye de la casa y se oculta por un breve tiempo. Finalmente, tanto Ellen como su padre Morris le aconsejan que se entregue. Miles se niega y decide volver a escapar de Nueva York para retomar su vida errante, alejándose nuevamente de su padre, aunque esta vez reconciliado con él.
 Parece ser que el único destino seguro para Miles Heller es una vida de vacíos, desencuentros y soledad. En este sentido no se diferencia demasiado de los otros protagonistas de la obra de Paul Auster. Poco a poco, Miles se va sumergiendo en las aguas agitadas por su propia inmadurez. Rodeado por un mundo en decadencia y por una sociedad que no ofrece demasiadas salidas para las crisis que ella misma alimenta, Miles se configura como el prototipo del desencanto, como un sujeto inmerso en el desaliento, como uno de los tantos exponentes de una generación carente de sueños.

Mario D. Foffano


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